Abstract

Los conceptos de Izquierda y Derecha responden a la realidad política que nace con la Edad Contemporánea. Partimos de la conciencia de que estamos ante un par conceptual absolutamente vinculado a dos conceptos, la idea de Modernidad, entendida en su sentido histórico, es decir, ese tiempo que se fragua como sustitución de lo que en Historia denominamos la Edad Antigua, y el concepto metageográfico de Occidente, es decir, un modo de ser que entraña una determinada forma de comprensión del mundo y de la vida. Por eso, para comprender en su etiología más profunda como se gesta ese combinado que nos aboca hacia la definición del espacio político bajo las dimensiones de izquierda-derecha, tenemos que interrogarnos previamente sobre ese aparato conceptual sobre el que gravita nuestro momento histórico. En concreto, nuestro análisis va a trabajar sobre esos tres momentos históricos sobre los que se levanta nuestra identidad como Occidente. Partiendo desde el ahora en que vivimos hacia sus raíces históricas, los tres momentos a los que nos referimos son, de entrada, el nacimiento del Estado contemporáneo, segundo, el surgimiento de la Modernidad y, tercero, el propio nacimiento de la idea de lo público. Con el nacimiento de la contemporaneidad histórica, es decir, en ese primer estadio vinculado a la crisis que inicia la Revolución francesa, podremos apreciar el nacimiento histórico de los conceptos de izquierda y derecha. Con el segundo estadio, es decir, con la idea de Modernidad que da al traste con la larga Edad Antigua, penetramos en los orígenes mismos del estado y, con ello, podremos comprender el espacio social que los hizo posible. Analizar esa crisis nos permitirá entender el cambio radical que introduce el estado en el modelo de organización del espacio público. De la forma polis, la vieja ciudad-estado, que en la corrupción de sus formas derivó hacia la forma Imperio, se pasa al modo Estado, mecánica de organización de la vida política radicalmente distinta y sobre la que se construye nuestro concepto de Modernidad. El tercer momento, ya rayano con el origen de nuestro concepto civilizatorio, nos aboca al nacimiento de la ciudad antigua y con ella a la idea misma de la política. Es decir, el nacimiento del eón de los tiempos históricos. Es a este momento al que, quizá de una forma algo poética, denominamos el “milagro griego” por ser en el espacio de la Hélade donde ese nuevo mundo alcanzó su expresión más bella. Es ahí cuando, con el nacimiento de la idea de lo público, se formaliza la pareja dialéctica de público-privado. Que quede claro. Nace la idea de “lo público”, no la idea de comunidad. El concepto de comunidad es consustancial a la misma especie. El ser humano, como ser biológico, es incomprensible desde una perspectiva que no le configure como grupo. La evolución genética proyecta su selección sobre la identidad grupal, no sobre la mónada del mero individuo. En la individualidad, la selección natural solo hubiera llevado a la extinción de la especie. Solo en grupo somos capaces de evadir la muerte. Nuestra tesis es que, sobre este par dialéctico, lo público y lo privado, construidos en esos mismos orígenes de nuestro ser cultural, se levantará, ya en la Edad Contemporánea, el otro par conceptual que constituye ahora el objeto de nuestra reflexión, es decir, los conceptos de izquierda y derecha. * Partimos, así, de una primera identificación. Una identificación elemental que satura, incluso, el discurso político hasta el mismo día de hoy. En una línea, que en absoluto resulta novedosa, vamos a vincular la idea de derechas a esa mecánica que orbita alrededor de lo que hemos dado en llamar el orden privado, reservando el término de izquierda para la que se despliega en su par dialéctico de lo público. No estamos, en absoluto, ante una identidad conceptual, los conceptos de público y privado se articulan sobre una mecánica política definitivamente distinta a la realidad de hoy día, pero el saber popular, la intuición de clase, incluso el análisis de los conceptos, nos llevan, desde el debate político a la reflexión más particular, a trabajar con esa correlación terminológica. En todo caso, tendremos que esperar, como decimos, a la Edad Contemporánea para que ambos pares de conceptos converjan en la identificación propuesta. Será con la quiebra que se produce a finales del siglo XVIII, con el triunfo de la Ilustración y la Revolución Francesa, cuando podamos apreciar la consistencia de la nueva pareja de términos. No por nada, es ahí, con el acontecimiento de la Revolución, cuando el proceso histórico se divide en esos dos eones, lo Antiguo y lo Moderno, que configuran el ideario del pensamiento político contemporáneo. Es cierto que con ese cambio de eón lo antiguo queda enterrado. Sin embargo, solo se entierra el Antiguo Régimen en su expresión política, no así los dos pilares sobre los que se sustenta el orden social que recorre toda la Antigüedad. Por eso entendamos que la clave está ahí, en ese orden que configura el mundo desde que gravita sobre la idea de Occidente. Dos esferas, lo público y lo privado que configuran los fundamentos de todo lo que entendemos por orden político. Es a eso a lo que la historiografía clásica no dudó en denominar “el milagro griego”. Adentrarnos en lo que llamamos los órdenes público y privado nos obligará a penetrar en el mundo de la vida. Con ello, nuestro viaje desborda el mapa político y profundiza necesariamente en nuestra propia configuración como especie. Nuestra tesis es que esa polaridad público-privado, de la que, luego ya en la Edad Contemporánea, surgirá el nuevo par izquierda-derecha, anida en los arquetipos de nuestro ser civilizatorio. De nuevo remarco los pasos de cronos. Hablo de los arquetipos de una civilización, la que surge en los albores de los tiempos. A duras penas, poco más de unos miles de generaciones. Más allá se extiende todo lo que llamamos prehistoria y que acumula, cuanto menos otras doscientas mil de esas etapas de ciclos vitales. Un período en el que cabrían cientos de otras formas de sentir el impulso comunitario.
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Dykinson

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El momento político y social de las décadas de 1980 y 1990 vio cómo la izquierda se alejaba de sí misma y de todos aquellos para quienes alguna vez fue importante. Los textos que aquí se presentan dan cuenta de este alejamiento. Como tales, constituyen una especie de manifiesto que señala la desaparición definitiva de la Izquierda histórica, tan irreversible parece ser su destino. Los intentos de reformar la izquierda tomando prestados los modelos ideológicos y político-económicos a los que venían a combatir y cambiar no han hecho sino acelerar el proceso hacia su muerte clínica. Es cierto que las limitaciones institucionales y burocráticas permitirán a los que siguen implicados lograr algunos éxitos personales aquí y allá, pero serán limitados y efímeros. En las décadas de 1960 y 1970 proliferaron las teorías sobre cuestiones estratégicas relacionadas con la toma del poder estatal y la aplicación de soluciones socialistas. En el contexto de la posguerra se debatió sobre las experiencias de la revolución rusa y la escisión de los partidos socialdemócratas surgidos de los movimientos obreros del siglo XIX y, a escala internacional, sobre el papel aún demasiado olvidado de la izquierda en las distintas colonizaciones y guerras coloniales. ¿Reforma o revolución? ¿Capitalismo o socialismo? Estos términos adornaban el frontispicio de los ámbitos intelectuales y sociopolíticos en los que los debates estaban en pleno apogeo. Sin embargo, el resultado fue una síntesis inesperada: el «o» de la antinomia fue sustituido por el «y», ¡dejando sin efecto cualquier contradicción entre los términos! Sesenta años después del triunfo del liberalismo, que sin embargo estaba lleno de posibilidades para que la izquierda aplicara su programa, como fue el caso en Francia y España, los protagonistas, incluidos los autores de estas líneas, se enfrentan a esa gran inversión de perspectiva: los espacios públicos y privados están ahora dominados por las post-verdades difundidas por los medios de comunicación de masas y la extrema derecha está a las puertas del poder en varios países europeos. Una especie de descenso a los infiernos para nuestra generación. Con este «y» ha llegado la noción de la «compatibilidad ineludible» del Capitalismo «y» el Socialismo. Es la culminación desesperada de más de dos siglos de historia y de investigación conceptual y filosófica, pero sobre todo de la historia social que le ha seguido: la «Ilustración», las revoluciones, primero inglesa, luego americana y francesa, seguidas de las del siglo XIX y de los movimientos reformistas de izquierda y derecha hasta nuestros días. En los meandros del pensamiento y de los intereses, la razón de la izquierda se ha perdido, no por falta de entendimiento, sino por su sometimiento al «mercado». El progreso económico y técnico y, accesoriamente, el progreso social, han puesto en primer plano el «crecimiento» y formas específicas de redistribución de sus ganancias: la Izquierda está muerta por esto y ya no ofrece ningún motivo de esperanza. Sin embargo, cuando toda esperanza se ha desvanecido, la marcha de la sociedad nos recuerda sus exigencias, porque no le aportan nada estos riesgos. Prosigue imperturbable su camino civilizador a través de los obstáculos objetivos que encuentra, imponiendo una reflexión y proponiendo soluciones que serán asumidas y reinterpretadas por la inteligencia humana. El viejo paradigma desarrollista, del que la izquierda sigue enorgulleciéndose de forma cada vez más marginal, ha producido un desorden planetario sin precedentes, que se proyecta en una nueva configuración, tanto geológica como social, que exige nuevas concepciones de la vida en la Tierra. Con ello se vendrán a movilizar nuevas generaciones de activistas e intelectuales, aparecerán nuevas formas de organización social y de producción de bienes útiles para la reproducción humana y su sostenibilidad, basadas en configuraciones económicas de decrecimiento apoyadas en formas renovadas de redistribución de las ganancias económicas y del poder político. Tal horizonte no puede alcanzarse sin recurrir, como nunca antes, a lo que la izquierda ha abandonado y dejado en barbecho: solidaridad y compartir, es decir, ayuda mutua y organización colectiva, en pocas palabras: igualdad y fraternidad. El nuevo pensamiento revolucionario y anticapitalista se despliega ahora sobre la base de los informes del GIEC.

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OLIVAN, F., PRÉVOST, G. la izquierda en su laberinto. Dykinson, Madrid 2025

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