Abstract
”La democracia inencontrable. Una arqueología de la democracia” ya entrañó un cambio de registro respecto a las obras anteriores del autor. Frente a la antropología filosófica que regía, por ejemplo, “Antropología de las formas políticas de Occidente”, se pasa a una especie de descenso a los hechos. En este caso, ese marco de lo factible lo constituye la idea de Democracia. En el fondo la pregunta que subyace no es otra que ¿Es posible la democracia?, pregunta que resuena a lo largo de toda la obra, remarcada -de ahí lo de arqueología- por otra que la complementa: ¿Realmente ha habido, a lo largo de la historia, algún momento con una democracia real y efectiva?
Las claves para encontrar la respuesta arrancan con el propio título del libro. Esa idea de lo inencontrable no deja de suponer una respuesta, eso sí, con una enorme carga pesimista, frente al optimismo con el que la idea de democracia arranca a finales del siglo XVIII. La Ilustración constituyente, tanto en Francia como en América, no dudó en remarcar la idea de “descubrimiento” asociada a esos valores constituidos por los derechos del hombre. Derechos del hombre y democracia se descubrirán tras siglos de extravío -eso debemos suponer- con el acontecimiento de la Revolución. El libro que tenemos entre manos viene a romper el hechizo.
Este pesimismo, en cierto grado, se refuerza con el subtítulo de la obra: “Una arqueología de la democracia”. La remisión a la obra de Foucault es inevitable. La lectura del texto y la erudición de sus páginas, reafirman este paralelismo. El concepto “arqueología”, sin embargo, también funciona como metáfora metodológica, remisión a ese trabajo de campo donde el historiador se enfrenta con la materialidad del pasado. A ello vamos.
El libro, en cierto grado, viene a dar respuesta al problema apuntado en estos prolegómenos. No hablamos de otra cosa que de la crisis del estado contemporáneo y, con ello, de las crisis también de la democracia.
Frente al modelo descrito por el discurso del Fin de la Historia, que Fukuyama y su escuela proclamaron en las décadas de cambio de siglo, la propuesta de la obra se proyecta en el sentido opuesto, en la necesidad de reconocer el carácter abierto del mundo y de la vida, y por ello de las instituciones que configuran el espacio social y la historia. La historia no culmina en un Happy End con el triunfo de un democratismo liberal y anglosajón como modelo universal y definitivo. Afortunadamente, la historia no termina y punto.
El trabajo, por lo tanto, nos afronta a dos retos. De entrada, a reconstruir esa idea de democracia desde la óptica de los otros tiempos, asumiendo que, en cada momento, el modelo contemplado se define como “definitivo”. Es decir, y esta es su tesis central, en el desarrollo social y, sobre todo en teoría de las instituciones, no existe evolución. Para bien o para mal, nuestra democracia no es mejor que la que se pudo desarrollar en otras épocas de la historia. Es simplemente diferente.
La otra labor que acomete el libro entraña un trabajo en el nivel de las ideologías, es decir, estamos ante un programa de desideologización. Lo que se busca con esta arqueología no es otra cosa que entender los movimientos, las quiebras, las piezas, que han ido empujando el sistema hasta configurarlo en este modelo que contemplamos hoy día. Una vez descartado el modelo teleológico-evolutivo que contamina la mayor parte de los análisis jurídico-políticos, resulta necesario dar una nueva razón a esos cambios sobre los que se levanta el modelo contemporáneo. Es esta labor de búsqueda la que cubre toda la Primera y la que constituye el centro de esta parte de la obra.
Dentro de esta arqueología destacamos algunos momentos por su especial importancia. De entrada, la lectura del acontecimiento de la II Guerra Mundial, convertido en el fundamento -podríamos hablar de “El nivel cero”- del edifico democrático. De ahí lo de Grado cero, un doble cero que nos permite convertir ese lustro del 40 al 45 en el punto de arranque de la contemporaneidad democrática. Sobre el fondo oscuro del conflicto, la Europa de la postguerra pudo diseñar, sin alternativa posible, el nuevo modelo de estado. El horror de la guerra, que amenazó con devolvernos a la edad de piedra, y el horror del holocausto que nos devolvió a la barbarie, cerraron toda posibilidad de pensar el hecho democrático fuera del sistema de la “socialdemocracia-cristiana” que se impuso como modelo único. Este cierre del discurso es el punto de partida de esta primera parte.
La III República Francesa es el otro gran centro de atención en esa búsqueda de las fuentes. A lo largo de ese amplío período se va a ir cocinando el nuevo sistema de la democracia moderna. El libro divide esos más de setenta años en tres períodos distintos, eso sí, leídos bajo esa óptica arqueológica que define el método elegido, es decir, desde lo más reciente hasta lo más profundo. El primer estrato que nos encontramos será, por lo tanto, el período de Entreguerras. Es ahí desde donde tenemos que entender el abismo que le sucede. El segundo, el período de cambio de siglo, donde la focalidad se centrará en el caso Dreyfuss y sus complejísimas lecturas. El tercer momento será justamente el propio nacimiento de la República tras la derrota de Napoleón III en la guerra franco-prusiana y el acontecimiento de la Comuna de París.
El libro se define por la centralidad del modelo francés. La realidad es que el parlamentarismo británico, al que otros autores conceden mayor protagonismo, prácticamente hasta la Guerra, seguirá anclado en formas premodernas. Ese aristocratismo del que hace gala su clase política, lo coloca como ejemplo expreso de una persistencia del antiguo régimen que no desaparecerá hasta la derrota del nazismo. En cambio, en Francia, pese a sus derrotas, el espíritu jacobino va a mantener, durante todo el siglo, los ideales populares de la revolución de 1789. Un populismo que germinará, y con toda su fuerza, en los partidos radical y republicano, ejes del proyecto político que arranca en 1870.
El experimento de la III República francesa, del que nadie puede dudar de su éxito, de ahí su competencia como modelo, arranca, sin embargo, con un acontecimiento trágico. Más allá de la plástica de la Comuna de París, su atención se dirige al momento inmediato que la destruye, la “Semana sangrante”, es decir, la durísima represión que, cerrando ese capítulo revolucionario, servirá de fundamento para el nuevo estado. He ahí la paradoja, el libro define esa represión como un “verdadero primer genocidio de la historia moderna”, el genocidio del pueblo como entidad política. Sin embargo, y ahí la propuesta interpretativa alcanza un alto voltaje, es sobre este genocidio sobre el que se levanta la democracia contemporánea. La idea de democracia moderna, esta es la tesis, se va a basar en ese acontecimiento brutal, paralelo a ese otro momento de violencia que supuso “La Terreur” en los tiempos revolucionarios. La idea es la siguiente: la democracia moderna se construye sobre la idea de una soberanía abstracta. Ni rey ni pueblo. En definitiva, una soberanía sin soberano real, la idea de un “trono vacío”, pero no por ello menos poderosa ni violenta.
Una interpretación que, esto es lo curioso, se arrastra desde tiempo atrás, y podríamos datarla en el pensamiento doctrinario, sobre todo en la obra del genial Guizot, y que sigue a la caída de la breve restauración absolutista de los borbones. Un modelo que encontrará en ese final de siglo, y sobre todo en el primer cuarto del XX, su pleno desarrollo: Ni rey soberano ni pueblo soberano, por encima de ambos la abstracción de la soberanía se proyectará sobre esa construcción también abstracta de las leyes. Estamos ante el nacimiento del concepto de soberanía de la constitución. El pensamiento de Carl Schmitt no anda lejos de todo esto, lo que no deja de proyectar una inquietante sombra de la que tendremos que sacar todas las consecuencias.
El trabajo arqueológico alcanzará también los mismos orígenes de la idea. El origen histórico en esa Revolución francesa, verdadero semillero de la edad contemporánea, pero también en esa antigüedad greco-latina, origen indiscutible de su contenido semántico.
La Segunda parte del libro cambia de tercio y, frente a ese trabajo de campo, nos propone centrar nuestra atención sobre algunos de esos “objetos” y conceptos descubiertos en la labor de la piqueta. A ello se aprestan capítulos como “Liberalismo y democracia”, “El problema de la nación”, “La izquierda imposible”, “Volver a Rousseau” o el último de “La tentación del fascismo”. El mismo enunciado ya nos da algunas pistas sobre su contenido y que dan sentido a la frase que, como un emblema, inicia todo el texto. “La democracia es el dominio de los desposeídos a lo largo de un inagotable conflicto por la igualdad”. Pertenece a “La democracia, historia de una ideología” de Luciano Cánfora.
En definitiva, estamos ante una obra de exquisita factura académica y fielmente documentada lo que permite adentrarse en los niveles más profundos del concepto de democracia. Una afortunada combinación de datos y propuestas que, no solo consigue un libro apreciable en el campo de la teoría del estado y de la constitución, sino también un libro de interés general.
Para no extenderme más sobre este punto, reproduzco el final de la nota de contraportada que suscribe el editor:
Al renunciar a formular una interpretación teleológica, condicionada por nuestra visión desde el presente, el autor nos introduce en territorios no pocas veces inquietantes. El capítulo final, “La tentación del fascismo”, resulta así un verdadero aldabonazo sobre nuestras conciencias.
Esta segunda edición no solo actualiza algunos de los conceptos e hipótesis ya avanzadas en la obra original, también da un paso más, algo que se aprecia tanto en su nota previa como, sobre todo, en la incorporación de un nuevo capítulo: “para una arqueología del futuro” donde proyecta las claves sobre su interpretación del discurrir de esta historia.
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El concepto democracia, pese a ese uso universal que parece plantearlo como algo que está ahí mismo, en realidad es algo más bien difícil de aprehender.
La obra, repleta de erudición y conocimiento de las fuentes, pese al subtítulo que incorpora, “una arqueología”, no es un trabajo histórico. Aquí no estamos ante una historia de la democracia. El proyecto no viene a aportar nuevos datos sobre esos acontecimientos sobre los que se levanta el edificio democrático, los acontecimientos que se describen son, prácticamente todos, de dominio público. Guerras y políticas se formalizan siempre en ese espacio público que se proyecta sobre la conciencia de todos. Lo que se ha buscado en esta investigación, es una labor hermenéutica, es decir, un análisis y lectura de esos acontecimientos. Estamos por lo tanto en el marco de la interpretación de los hechos. Por eso la obra no duda en calificarse, desde su mismo inicio, como una obra revisionista. Ahora bien, como se expresa en el propio texto: “sé que el concepto tiene mala fama, pues hablamos de <revisionismo>. Sin duda alguna hay que condenar esta práctica cuando lo que busca es justificar posturas políticas y horrores del pasado, sin embargo, resulta fundamental cuando se trabaja sobre teoría de las instituciones. El hábito, los intereses políticos, la comodidad en materias tan sensibles para el orden social, nos lleva frecuentemente a asumir planteamientos no siempre respaldados por los hechos”
La realidad es que llevamos décadas en las que el saber académico ha perdido toda voluntad crítica, encerrado en posturas confortables dictadas desde esas revistas que controlan la investigación científica, de ahí que, cuando surgen preguntas radicales nos sintamos desconcertados e incómodos, interpelados tan directamente que, como también ha sucedido en otros momentos de la historia, se pierda la capacidad crítica.
El libro nos propone una serie de temas complejos: 1. la identidad, y no solo etiológica, entre fascismo, comunismo y liberalismo, presentados los tres como hijos del mismo pensamiento Ilustrado; 2. el sustrato religioso-teológico de muchas de las más importantes instituciones de nuestra sociedad democrática; 3. la lectura de la II Guerra Mundial como, al menos, tres conflictos distintos y en los que, no pocas veces, las alianzas se cruzan en un juego que desmonta la idea de dos bandos confrontados netamente definidos.
Es decir, se busca “revisar” lecturas, aportar un nuevo marco de acercamiento a unos hechos que, aunque normalmente bien conocidos, arrastran desde sus orígenes interpretaciones sometidas a fuertes dependencias ideológicas.
Lógicamente, también el mismo libro mantiene su propio coeficiente ideológico. Queda claro desde esa frase inicial -verdadero emblema- cuya función debe ser justamente esta, orientar al lector sobre “el pie del que cojea” la redacción de toda la obra. La elección en este caso dispersa toda duda. La frase es de Luciano Cánfora y reza lo siguiente: “Democracia es el dominio de los desposeídos a lo largo de un inagotable conflicto por la igualdad” y es ahí donde estriba esa labor revisionista: de entrada, recordar -hacernos recordar- y recuperar en la medida de lo posible el origen y sentido de la palabra.
Y es ahí donde comienza la labor arqueológica que da sentido al subtítulo del libro. Toda la obra resulta una búsqueda de ese sentido originario que despliega el término desde su nacimiento en la lengua griega. Democracia, nos insiste, no significa otra cosa que “el Poder del pueblo”
De esta manera, frente a ese reduccionismo que ha sufrido el término y que busca arrebatarle toda su carga política, la obra propone el retorno a su idea original. Paso a paso, los datos aportados nos llevan a comprender cómo, dónde y porqué, se ha producido esa trasformación del concepto democracia, reconvertido, hoy día, en mera técnica de gobierno. La idea de democracia, ésta es la lectura que nos propone el libro, se ha visto sometida a mecánicas institucionales que han permitido su fácil intercambiabilidad con propuestas decididamente no-democráticas, lo que ha terminado contaminando de tal forma la vida política que hemos llevado a olvidar la profunda carga transformadora que, desde sus orígenes, encierra el término. El libro nos obliga a recordar el contenido de lucha que, desde siempre, y hasta casi la actualidad, ha tenido la palabra. Es ahí donde tenemos que entender las voces de muchos de esos que, aunque hoy calificamos de demócratas, sin embargo, en su momento, no dudaron en descalificar el término adjurando de la idea como del más terrible de los males. Y hablamos de nombres consagrados, por ejemplo, de Tocqueville, de Churchill, y de tantos otros.
La obra se divide en dos grandes partes. Tras una introducción que nos define el problema, es decir, “La razón de ser de la pregunta”, y que se centra en la actual crisis del concepto de democracia. A esto se dedica toda esa primera parte y que lleva la investigación, desde el presente hacia atrás, sobre los momentos clave sobre los que se configura el concepto de democracia.
Ahí surge el concepto de “grado cero” de la democracia sobre el que se soporta todo el libro y que se aplica al final de la II Guerra Mundial. Un grado cero constituido tanto por el hecho mismo de la guerra, proyectada tras su fin como el acontecimiento más terrible sufrido por la humanidad, como por el también cero absoluto constituido por el Holocausto. La disponibilidad de este doble grado cero, es una de las conclusiones del libro, permite levantar todo el edificio de la democracia contemporánea. La destrucción tanto física como moral que entrañó -este será el argumento reiterado por la doctrina política- el acontecimiento de la II Guerra Mundial liberó a los sistemas de la postguerra de toda justificación ideológica: al otro lado solo cabía la negación más absoluta de la humanidad. El concepto democracia se identificó, sin posibilidad de réplica, con modernidad y humanismo.
A partir de aquí comienza ese viaje al pasado. De entrada, trabajando sobre el hecho mismo de la guerra, en absoluto coincidente con esa doctrina que destila la ideología del doble cero. La lectura de las tres guerras distintas y la datación de su origen en 1942 y no en el año 39 como suele hacerse, son quizá, los puntos centrales de estos capítulos.
La labor arqueológica terminará sobre dos capítulos que nos proyectan a lo más profundo de la historia. La misma Revolución francesa y la antigüedad greco-latina. Aunque aquí su trabajo es más bien filológico (estamos, nos recuerda, en los orígenes del término y la construcción de su carga semántica), el libro apunta también a algunos acontecimientos básicos para nuestra historia.
En la segunda parte del libro, los conceptos de Liberalismo, Nación o de Izquierda, son sus puntales clave. El propósito aquí es también claro, estamos ante un verdadero programa de desideologización, es decir, en un auténtico desmontaje de los mecanismos y soportes sobre los que se han ido levantando estos conceptos. Formalizado este trabajo en diálogo constante con el concepto “democracia”, nos permite asistir a una verdadera autopsia -dicho esto en su sentido más etimológico, es decir, una mirada sobre sí mismo- de la sociedad contemporánea.
A este libro le siguieron posteriormente “La ideología de los Derechos Humanos. Una arqueología de la razón humanitaria” (Valencia 2021) y Leviatán al desnudo. Una genealogía del estado moderno” (Valencia 2022) que con el aquí presente, “La democracia inencontrable” constituyen una trilogía sobre la política contemporánea basada ideológicamente, como se analiza en la obra, en los tres pilares de: Democracia representativa, derechos Humanos y Estado de derecho. La trilogía constituye todo un gigantesco esfuerzo de desideologización de las instituciones que vendrá a ser cumplimentado con “El psico-estado”, publicado ya en 2024.
La segunda edición permite no solo una revisión de algunas conclusiones, sino también una ampliación a los acontecimientos que se vienen precipitando desde la Gran Recesión de 2008.
Citation
OLIVAN, F., la democracia inencontrable. una arqueología de la democracia. Tirant lo Blanc, Valencia 2025



