La cultura underground madrileña a través de la música durante la Dictadura Franquista (1939 -1975). Conexiones con el underground actual

Abstract

En el mes de diciembre de 2017, Javier Corcobado presentaba en Madrid su último lanzamiento discográfico, Mujer y Victoria (Gran Sol, 2017), por primera vez en solitario tras ocho años sin aparecer en esta ciudad bajo su propio proyecto. Este primer capítulo da comienzo con la crónica de este concierto, aparecida en el número de diciembre 2017 de la revista Ruta66. El objetivo es empezar a comprender el sentimiento contracultural, de fuera hacia dentro. Comenzamos por el final, con un Javier Pérez Corcobado ya provecto y maduro, que ha dejado de lado las leyendas del rock and roll1 relacionadas con el exceso, abandonando en parte el arquetipo de personaje contracultural que se observará en esta investigación más adelante, para abrazar una vida familiar y normativa (dentro de lo que cabe, teniendo en cuenta que se mantiene una profesionalización de su carrera en el ámbito musical y discográfico). Esta crónica sirve como comienzo, dado que es más sencillo empatizar con el personaje que se acerca a la normatividad, para continuar hablando de otros más lejanos a una cultura diurna. Javier Pérez Corcobado será, asimismo, uno de los protagonistas del underground actual, por lo que corresponde presentarle a él primero para entender por qué su figura es relevante en lo que concierne a esta investigación. “ No odio”. Con este alegato comenzaba Javier Pérez Corcobado (Frankfurt, 1963) su más reciente concierto en la capital española, el primero con su nombre —nada de proyectos paralelos— en casi ocho años. Toda una declaración de intenciones que se desarrolló desde el primer minuto bajo la atenta mirada de acérrimos seguidores, familiares y amigos. No en vano, la actuación estuvo dedicada a sus padres, citados con nombres y apellidos desde el escenario en una noche en la que Madrid nevaba. Bajo un setlist de apariencia narrativa, focalizado en su último lanzamiento, Mujer y Victoria (Gran Sol, 2017), el crooner2 atormentado de “A nadie” dejaba paso a la candidez y extrema sensibilidad de “Niña preciosita”, pasando por algunos de sus himnos fundamentales (“Sangre de perro” coreado a patada limpia por el respetable, “Caballitos de anís” como esperado bis, haciéndonos levantarnos de la silla que ya nos oprimía) hasta culminar en el “Mundo raro” de José Alfredo. Una serena euforia parecía invadir a aquel personaje que sorprendió hace ya treinta años por sus letras desgarradoras y melodías tormentosas. Una etapa dulce, amargada por la situación que no acompaña a tal sentimiento (“Bienestar”), en la que el célebre compositor se permite el lujo de cantar al amor desde la alegría y el regocijo (“Alegría de amor”), sin perder la esencia, oscura y en cierta modo delirante, que le ha dado fama —más allende los mares, en ese México que no deja de homenajear, que en este Madrid nevado—. Una actuación larga, dulce, amargada también por pequeños descuidos de sonido que Jesús Alonso, batería de la formación, solventaba gritando “¡Rock and roll!” a sus compañeros. Un concierto maravilloso para los fans de siempre, quizá más denso en su primera parte para los nuevos, en el que Corcobado pudo mostrarse en toda su esencia y personalidad, auspiciado por una banda que supo responder en todo momento, Sergio Devecé apasionado en su bajo, Juan Pérez Marina sacando toda la tormenta que guarda la guitarra de las melodías de Corcobado, Julián Sanz en mil frentes. Casi dos horas de dulce amargura al más puro estilo de un Corcobado feliz, capaz de contagiar esa sensación de amor (y victoria) a toda una audiencia, sin necesidad de caer en clichés, discursos, dramatismos ni artificios. Simplemente, con música. Un don que, por desgracia, no abunda.