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La alineación del cuerpo en la danza griega antigua a través de su iconografía

dc.contributor.authorLévéder-Lepottier, Gaël
dc.date.accessioned2024-01-26T10:55:23Z
dc.date.available2024-01-26T10:55:23Z
dc.date.issued2023-03-01
dc.identifier.isbn978-84-1170-110-5
dc.identifier.urihttps://hdl.handle.net/10115/28982
dc.description.abstractEsta investigación se centra en la alineación corporal de los bailarines en la Antigüedad a través del estudio de la iconografía. Se han elegido dos poses muy comunes en los danzantes de la época, la figura erguida que mantiene el cuerpo recto con ambos pies apoyados en el suelo como la “Bailarina de la tumba de los Malabaristas”, en la necrópolis etrusca de Monterozzi, y la pose en la cual la pierna de detrás permanece ligeramente doblada, con un pie apoyado en el suelo que se puede encontrar en diversos vasos. Se aplican sistemas metodológicos arqueológicos, así como aquellos específicos que conciernen a la investigación iconográfica y a la metodología de la danza. La colocación de un bailarín, acorde con los principios anatómicos del hombre, se definió desde los comienzos del nacimiento de la danza. Rameau en 1925 definió la postura correcta del cuerpo con la cabeza erguida, los hombros hacia atrás y sin sensación de crispación, aunque los danzantes mantenían esta postura ya desde la Antigüedad. Isadora Duncan, pionera del movimiento liberalista de la danza, estudió, junto con su hermano, las representaciones iconográficas de esta época como fuente de inspiración en sus investigaciones del movimiento y en la creación de sus coreografías creando puentes entre el mundo Antiguo y el mundo Moderno. La colocación del cuerpo en la danza mantiene una relación directa entre fuerzas físicas contrarias, que luchan contra dos formas de resistencia opuestas: la del peso, que se deriva de la fuerza de la gravedad, y la de los cambios de peso, que se producen a partir del movimiento en sí mismo. La pose del bailarín se trabaja desde dos ejes de esfuerzo, uno vertical y otro horizontal. Estos ejes se analizan en esta investigación para mostrar cómo sustentan el cuerpo y qué interrelación guardan para mantener el equilibrio que genera un esfuerzo de crecimiento del cuerpo hacia arriba en contraposición con la resistencia hacia el suelo que produce el apoyo de los pies, todo ello coordinado con la corporeidad de las extremidades respecto al espacio donde se coordinan sus movimientos. Por otra parte, debe existir un alargamiento de los miembros hacia el exterior, de forma que el cuerpo se sitúe en el espacio y genere una energía externa que contrarreste el esfuerzo muscular interno. Estas dos sensaciones que permiten que la musculatura se emplee al máximo rendimiento, producen una energía que parte del suelo hasta la nuca, aseguran el equilibrio y ofrecen una sensación de crecimiento, a la vez que permiten la exteriorización artística y garantizan una base sólida al movimiento. Aunque en la actualidad la danza ha tenido un gran desarrollo técnico, la colocación del cuerpo de un bailarín en el espacio comparte muchos elementos estructurales desde un punto de vista físico que han cristalizado desde la Antigüedad hasta nuestros días. La colocación de un bailarín, acorde con los principios anatómicos del hombre, se definió desde los comienzos del nacimiento de la danza. Rameau en 1925 definió la postura correcta del cuerpo con la cabeza erguida, los hombros hacia atrás y sin sensación de crispación, aunque los danzantes mantenían esta postura ya desde la Antigüedad. Isadora Duncan, pionera del movimiento liberalista de la danza, estudió, junto con su hermano, las representaciones iconográficas de esta época como fuente de inspiración en sus investigaciones del movimiento y en la creación de sus coreografías creando puentes entre el mundo Antiguo y el mundo Moderno. La colocación del cuerpo en la danza mantiene una relación directa entre fuerzas físicas contrarias, que luchan contra dos formas de resistencia opuestas: la del peso, que se deriva de la fuerza de la gravedad, y la de los cambios de peso, que se producen a partir del movimiento en sí mismo. La pose del bailarín se trabaja desde dos ejes de esfuerzo, uno vertical y otro horizontal. Estos ejes se analizan en esta investigación para mostrar cómo sustentan el cuerpo y qué interrelación guardan para mantener el equilibrio que genera un esfuerzo de crecimiento del cuerpo hacia arriba en contraposición con la resistencia hacia el suelo que produce el apoyo de los pies, todo ello coordinado con la corporeidad de las extremidades respecto al espacio donde se coordinan sus movimientos. Por otra parte, debe existir un alargamiento de los miembros hacia el exterior, de forma que el cuerpo se sitúe en el espacio y genere una energía externa que contrarreste el esfuerzo muscular interno. Estas dos sensaciones que permiten que la musculatura se emplee al máximo rendimiento, producen una energía que parte del suelo hasta la nuca, aseguran el equilibrio y ofrecen una sensación de crecimiento, a la vez que permiten la exteriorización artística y garantizan una base sólida al movimiento. Aunque en la actualidad la danza ha tenido un gran desarrollo técnico, la colocación del cuerpo de un bailarín en el espacio comparte muchos elementos estructurales desde un punto de vista físico que han cristalizado desde la Antigüedad hasta nuestros días. La colocación del cuerpo en la danza mantiene una relación directa entre fuerzas físicas contrarias, que luchan contra dos formas de resistencia opuestas: la del peso, que se deriva de la fuerza de la gravedad, y la de los cambios de peso, que se producen a partir del movimiento en sí mismo. La pose del bailarín se trabaja desde dos ejes de esfuerzo, uno vertical y otro horizontal. Estos ejes se analizan en esta investigación para mostrar cómo sustentan el cuerpo y qué interrelación guardan para mantener el equilibrio que genera un esfuerzo de crecimiento del cuerpo hacia arriba en contraposición con la resistencia hacia el suelo que produce el apoyo de los pies, todo ello coordinado con la corporeidad de las extremidades respecto al espacio donde se coordinan sus movimientos. Por otra parte, debe existir un alargamiento de los miembros hacia el exterior, de forma que el cuerpo se sitúe en el espacio y genere una energía externa que contrarreste el esfuerzo muscular interno. Estas dos sensaciones que permiten que la musculatura se emplee al máximo rendimiento, producen una energía que parte del suelo hasta la nuca, aseguran el equilibrio y ofrecen una sensación de crecimiento, a la vez que permiten la exteriorización artística y garantizan una base sólida al movimiento. Aunque en la actualidad la danza ha tenido un gran desarrollo técnico, la colocación del cuerpo de un bailarín en el espacio comparte muchos elementos estructurales desde un punto de vista físico que han cristalizado desde la Antigüedad hasta nuestros días.es
dc.language.isospaes
dc.publisherDykinsones
dc.rightsAttribution-NoDerivatives 4.0 Internacional*
dc.rights.urihttp://creativecommons.org/licenses/by-nd/4.0/*
dc.subjectEquilibrio en la danza, ejes corporales, danza griega, representación iconografíca en danza, colocación en la danza antiguaes
dc.titleLa alineación del cuerpo en la danza griega antigua a través de su iconografíaes
dc.typeinfo:eu-repo/semantics/bookPartes
dc.rights.accessRightsinfo:eu-repo/semantics/openAccesses


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